Al decir modista, nos viene a la mente, de tiempos de nuestras abuelas, la modista de pueblo o costurera. En cada pueblo de Galicia había al menos una modista.
Antaño, la costurera, “a costureira” iba a las casas con su máquina de coser, de manivela en aquel entonces y se ganaba un salario con arreglos de costura.
La modista ya se dedicaba en un taller, normalmente en una habitación de su casa a cortar y confeccionar con esmero prendas a medida.
Muchas ya disponían de un taller propio y célebres eran las modistas en A Coruña, Betanzos, Narón, Ferrol, Neda…..No había pueblo que no tuviera una modista como referencia.
La profesión de modista
La profesión de modista fue una de las primeras profesiones que sirvieron para que la mujer saliera de su casa a trabajar o trabajara en ella, relegando las tareas del hogar.
La modista con su arte de la costura a medida, se ganaba la vida y aportaba sus ingresos a la economía doméstica.
Mujeres separadas o viudas, sin apenas ingresos, defendieron su vida y sacaron adelante a sus hijos como modista. Nadie las quería en el mercado laboral.
Por eso, las mujeres, debemos mucho a esta profesión tan dura y sacrificada, como medio de vida más allá de las tareas domésticas, dándose la circunstancia que, años después, el hombre se incorporó a esta profesión y se le denominaba “modisto”, dirigiendo un taller de costura con mujeres que trabajaban en él.
Paradoja: el hombre se sube a una profesión labrada por mujeres, cosa aparte son los sastres. Y es que la profesión de modista, le debe más a la mujer que al hombre y la mujer le debe mucho a esa profesión: la relegó de tareas domésticas y decimos relegó porque muchas modistas compatibilizan ambas tareas, modista y ama de casa.
Hoy en día las modistas profesionales diseñan, cortan prendas exclusivas a medida después de obtener los patrones, confeccionan y hacen complementos en la misma tela o coordinados.