Antaño, las bodas reales tenían un protocolo rígido y unas normas que dictaban los monarcas normalmente.
Hoy en día, y lo hemos visto en la reciente boda de Harry y Meghan, las rigideces protocolarias van cediendo, ya no tanto en cuanto al orden establecido, sino más en el espacio que va recuperando, o se le deja, más bien va recuperando la novia.
Meghan, quiso subir sola la escalinata, todo sea dicho, con el riesgo de caerse, solo asistida por damas de honor y pajes, que, por cierto, tanto damas de honor como pajes dan carácter, atractivo y vitalidad a la ceremonia.
Quiso dirigirse sola a la iglesia y se apartó de un vestido bordado, con pedrerías y apliques; buscó la sencillez, las líneas rectas, el estilo minimalista y acertó, ella y la diseñadora, adaptándolo a su estilo y personalidad.
Además, recuperó el color blanco, un tanto desplazado por beige y blanco roto, optando por el blanco puro y un sencillo escote de barco con manga lisa y un poco por arriba de la muñeca.
Sobriedad y estilo, eso sí, con una capa no excesivamente larga y un velo largo sujeto por una excelente tiara.
El papel de la madrina de boda.
Es bonito que la madrina desempeñe un papel de participación más allá de la ceremonia y participe de la fiesta desempeñando un papel próximo a la novia que le va unir más en la relación personal y familiar.
Atrás quedaron la rigidez de protocolos y, aún guardando los principios de elegancia y exclusividad, eso siempre, las relaciones son más fluidas y eso se agradece mucho por novias que quieren una ceremonia a su gusto y estilo igual que quieren un vestido de novia principal para la ceremonia.
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Pero cómodo, exclusivo y elegante y otro más informal y suelto para banquete y fiesta que sigue al banquete, muchas veces, en la fiesta con desenfadados vestidos de gitana o con elegantes blusas combinadas con pantalones vaqueros.